miércoles, 26 de marzo de 2014

"Tienes que ser fuerte, mamá" Es la frase que me dijo mi hijo el lunes cuando tenía que ir a la revisión trimestral... Paradójicamente suelo ir al hospital con la mente muy abierta y relajada, porque me encuentro bien y me siento curada. Sin embargo, ya en la primera sala, donde me hacen los análisis, la gente se fija en las secuelas que el cáncer ha dejado en mi cuerpo externo.  Percibes  miradas "de pena", sonrisas condescendientes que, de nuevo, me arrastran a un sentimiento de victimismo que no me ayuda nada. Y vuelven a mí los pensamientos negativos, los reproches, la rabia contenida por haber enfermado en un momento de mi vida en el que tenía otros planes... Y qué sibilina es la mente, que aun sabiendo que debería estar feliz por saber que todo va bien, consigue encogerme el corazón y dirigir mi mirada hacia todo lo perdido o aplazado.
Al final vuelvo a casa, teniendo que confesar a mi hijo que no he podido ser fuerte. Entonces él me abraza y me regala un beso. Es en ese momento cuando entiendo dónde tengo mi fortaleza. 
Gracias Dios mío, por el hijo que me has dado.

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